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sábado, 29 de diciembre de 2007

Emilio Quintana


Con enorme alegría, pude observar como la poseía que escribió el principito era de mi gran admirado y compañero Emilio Quintana. Este compañero también fue jardinero, ambos entramos a trabajar el mismo día. Actualmente como viene ocurriendo en la plantilla, se producen desbandadas, ya sea por un motivo u otro, se viene mermando considerablemente y auguro un pronto final de ella.

Emilio “el loro” es un prolífico escritor y ganador de muchos premios. Un día me contó que en un concurso literario en San Fernando el presentó el máximo de obras permitidas, o sea tres. Pero como tenia una cuarta al que no le dio el valor que el creía la presentó a nombre de su mujer. ¿Y que pasó? Pues que ganó el que presentó su mujer teniendo que ir ella a recoger el premio y decir unas palabritas……….comprenderéis el bochorno que fue para esta señora tener que subir por las ocurrencias de su querido esposo.

Ha ganado no se cuantos premios literarios en la peña la Salle Viña, y tiene publicado un libro denominado “Cádiz entre rimas” a donde por poner uno de sus versos que este dedicaba a la calle Cristo de la Misericordia, una de las típicas del peculiar barrio de La Viña


El suelo de aquella calle
era viejo y pedregoso:
sus aceras desgastadas,
su equilibrio muy dudoso;
las paredes quejumbrosos;
había flores en ventanas
y en balcones orgullosos.
Al caer de muchas tardes
de frío y de viento ausentes,
cada puerta de su calle
soportaba muy paciente
los seriales de la radio
y aquel llanto consiguiente
que mostraban las vecinas,
a su hora, como siempre.
Los chavales encontraban
al regresar del colegio
el aceite y el azúcar
en un trozo de pan tierno
con un hoyito excavado
con el “miajoncito” dentro,
y luego, si eran buenos
la calle les esperaba
con los placeres del juego
y con la condición materna
de hacer la tarea luego.
Los chiquillos emulaban
con la pelota de goma
Las figuras que en los cromos
idolatraba la moda.
Las niñas se empecinaban
en dar saltos a la comba,
no sin haber ido antes
al almacén por las compras.
Corrían para besarles
el crucifijo a la monjas
tan solo con el atisbo
de una delatadora sombra,
sumisas a las consignas
martilleantes del dogma
que sus delicadas mentes
cincelaban a su forma.
Varios vecinos, recuerdo
en cada fin de semana
con una caña en los hombros
y en la mano una canasta
doblaban por San Bernardo
para buscar las murallas
de bloques arracimados
sobre mareas en alza

Un buen día en esa calle
en la puerta que hace diez,
a las puertas de este mundo
siendo el turno yo llamé;
cuando comenzaba marzo
por la noche, a las diez,
comenzaba este poema
cuyo fin aun no lo se.
Salud y libertad

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